Gante: mi elección, mi ciudad y lugar de rutina. Bruselas: la capital, mi escondite y lugar de desconexión. Dos ciudades a 37 minutos en tren. Amada y amante. Diferentes, preciosas y ambas, inevitablemente, parte de mí.
GANTE
Todo lo que se quiera saber de Gante, se puede encontrar en Internet. Es por eso que hoy no voy a hablar de qué es Gante, sino de cómo se siente.
Gante se siente acogedor, místico, histórico, ecológico y tranquilo. Gante es juventud, bicicletas, canales, luces y adoquines. Es artesanía, originalidad, respeto, comunidad y mil cosas más.
En una palabra, Gante es arte. Y no solo hablo de sus pinturas, esculturas y monumentos. No hablo de museos y exposiciones. Hablo de lo que uno percibe al tomar una buena bocanada de aire en el pequeño embarcadero de Blaarmeersen o en pleno Korenmarkt, en mitad de la plaza Sint-Pietersplein o en lo alto de la torre Belfort. Ese es el arte del que yo hablo. Esa sensación de plenitud y bienestar que es tan difícil de encontrar.
Gante ha sido y siempre será mi perfecta elección de Erasmus. Mientras curso mis estudios en una universidad de calidad, la ciudad me ha ofrecido un entorno muy activo, personas inmejorables y rutinas llenas de vida. He ido a museos, he disfrutado de la naturaleza, me he empapado de cultura, he salido de fiesta y he pedaleado como un loco. Y no cambiaría una pizca de todo eso.
Pero llegó Bruselas.
BRUSELAS
Llegó Bruselas y su ambiente cosmopolita. Llegó la independencia, la intriga y las calles infinitas. Llegaron caras diferentes, músicos callejeros y la Grand Place.
Llegó la libertad. Esa libertad en la que todo es impersonal, en la que eres una pequeña hormiga que desfila entre las demás sin llamar la atención. Me tentó largo tiempo… hasta que me enamoró. Y cuanto más andaba sus calles, más caía en sus redes.
Bruselas significaba salir de una rutina que, aunque estimulante, seguía siendo rutina. Salir de una ciudad que era demasiado mía. Salir a sorprenderme de nuevo, a perderme, como aquella primera noche en Gante. Significaba una vía de escape que se quedaba en eso, en escapadas.
Y después volvía a Gante. Al arte y la magia. A disfrutar, pero siempre sabiendo que, a tan solo 37 minutos en tren, Bruselas me seguía esperando.
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