¿Sabíais que Jan Van Eyck consiguió convertir a un dulce y celestial ovino en el hurto más goloso y anhelado de la historia del arte?
Pues sí amigos, nuestro querido flamenco sin comerlo ni beberlo, no podría en 1432 ni imaginar el monstruo que acababa de crear (ni el mismísimo Doctor Frankenstein vaya). A lo largo de la historia del mundo, y ya llevamos unos cuantos años por aquí, el conocido como Retablo a la Adoración del Cordero Místico ha sido robado y escondido hasta en cuatro ocasiones, pero os estaréis preguntando ¿por quiénes?
Las respuestas son mucho más evidentes de lo que piensas, empezando por las revueltas calvinistas en las que se llegó incluso a separar las tablas, pasando al famosísimo Napoleón que optó por autoregalarse ese “pequeño” tesoro llevándolo al Louvre, y llegando como no a los alemanes que en la Segunda Guerra Mundial decidieron, como si de una lata de sardinas se tratase, encerrar a nuestro cordero en una mina de sal. Supongo que agradeceremos al destino la aparición de los aliados, los cuales rescataron la majestuosa pieza de las profundidades de la tierra, y salvaron a la humanidad de tal crimen artístico.
Como veis nuestro borreguito ha pasado más calamidad que Caín en las santas escrituras, pero no os preocupéis porque se ha pasado los últimos ocho años disfrutando de lo lindo durante su restauración a manos del equipo de Hélène Dubois. Sí sí, ocho añazos, en los que se han descubierto muchas, muchas, muchas cosas pero la más importante ¿cuáles fueron los ojos que Van Eyck eligió para el cordero que salvaría al mundo del pecado?
Remontándonos casi una década, mientras el resto de mortales pensábamos en nuestro destino o mismamente en lo que cenaríamos esa noche, los restauradores del políptico de Gante descubrían la verdadera mirada con la que el artista había dotado a la pieza central de la creación. Y no, no es la mirada naturalista que concordaba con el estilo de Jan Van Eyck y que todos habíamos asimilado como “lo correcto”. El bautizado como “fundador del retrato occidental” decidió incluir un detalle que supuso rompedor dentro de la obra, dándole al cordero la oportunidad de ser humano y encarnar por completo a su personaje, Jesucristo.

Colección Saint-Bavo’s cathedral Ghent – www.artinflanders.be – Fotógrafo Hugo Maertens
El cordero original observa directamente al espectador, siendo de esta manera mucho más intensa y penetrante su presencia, por lo que los más fieles de la sala pueden llegar a experimentar lo que supone mirar al Salvador a los ojos.
Llegados a este punto, sólo puedo decir que brindemos por Jan Van Eyck y por el alma y espiritualidad únicas con las que ha embellecido la historia del arte mundial, y que la próxima vez que envidies a un corderillo por vivir una vida reposada y apacible, pienses en lo que le ha costado a nuestro mágico ovino volver a su hogar, la Catedral de San Bavón.
Si viajáis a Gante, ¡no dudéis en visitarle! Ya habéis comprobado que si de algo va sobrado el conocido como Altar de Gante, es de literatura, esplendor, belleza y por cierto, tamaño. Mide nada más ni nada menos que 3,5 m x 4,6 m, imaginad a Napoleón con su 1´68m arrastrando semejante prodigio por las calles de Gante, curioso cuanto menos y algo cómico.
Espero que os haya gustado el post y que visitéis a nuestro querido cordero, ya por fin en el lugar del que nunca debió salir.
¿Preparados para mirar al hijo de Dios a los ojos?
¡Un fuerte abrazo!
Por cierto, CAPÍTULO I, EL CORDERO ya disponible, si encuentras al cordero en el retablo del vídeo, no dudes en dejarlo en comentarios y… ¡compártelo!
Rosa Bleda💛