No os traigo información nueva si os digo que el tren en Bélgica es el transporte público por excelencia, puesto que ya hemos hablado del tema en varios posts pasados. Sin embargo, no quería acabar mi trabajo como corresponsal en Lovaina sin hablar de la estación de tren de la ciudad, por su importancia a nivel de comunicación con el resto del país y por su impresionante infraestructura.
La estación de Lovaina entró en funcionamiento por primera vez en 1837, hace casi 200 años; sin embargo, no fue hasta 1879 que se inauguró el edificio de la estación que todavía sigue en pie, diseñado por el arquitecto Henri Fouquet. Por aquel entonces, la estación estaba situada a las afueras de la ciudad, porque el núcleo urbano se situaba en la zona próxima a la Grote Markt y no existían los barrios periféricos como Kessel-Lo. De este edificio original aún se conserva la fachada y los interiores, aunque pequeñas restauraciones y adaptaciones a los nuevos tiempos se han llevado a cabo a lo largo de sus 140 años de historia.
No obstante, dejando de lado el edificio principal de la estación, llama la atención una infraestructura mucho más moderna que cubre los andenes: se trata de una renovación llevada a cabo durante la primera década del siglo XXI. Esta renovación se llevó a cabo junto con la remodelación de la plaza que se encuentra justo delante de la estación (Martelarenplein) y de la construcción de la estación de autobuses. Esta última fue diseñada por el arquitecto español Manuel de Solà-Morales, condecorado, entre otros, con la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya en el año 2009.
Debajo de la estación, uniendo los diferentes andenes, hay un pasillo subterráneo que une la Martelarenplein y el centro de la ciudad con el barrio de Kessel-Lo, donde se han instalado diferentes establecimientos de comida para llevar y un quiosco, entre otros.