Vivir en Flandes es como habitar una postal. Cada calle, cada plaza y cada fachada cuentan una historia. Aquí, la arquitectura no es solo estética: es testimonio de una identidad colectiva profundamente arraigada y una forma de vida que se ha mantenido fiel a sus valores durante siglos.
En este post temático, quiero llevarte a un recorrido por algunos de los elementos arquitectónicos que más me han sorprendido desde que llegué. Desde las majestuosas casas gremiales hasta los silenciosos beaterios, pasando por las fábricas de ladrillo rojo, la arquitectura flamenca es mucho más que edificios bonitos: es memoria, comunidad y resistencia.
Casas gremiales
Uno de los primeros elementos que llama la atención al pasear por las grandes plazas de ciudades como Amberes, Bruselas, Gante o Lovaina son las casas gremiales. Estas construcciones, con fachadas ornamentadas y coronadas por esculturas, reflejan el poder económico y social de los gremios durante los siglos XV al XVIII.
Cada gremio —de panaderos, cerveceros, carpinteros, etc.— construía su casa para mostrar su prestigio. Las esculturas en las fachadas solían representar el oficio o el santo patrón del gremio. Hoy en día, estas casas siguen marcando el perfil urbano y recuerdan la importancia de la colaboración y el orgullo del trabajo manual.
Beaterios: comunidades silenciosas
Una de las joyas arquitectónicas más singulares de Flandes son los beaterios (o begijnhoven). Estos conjuntos de casas, capillas y jardines amurallados eran el hogar de las beguinas, mujeres laicas que vivían en comunidad sin llegar a hacer votos religiosos permanentes.
Muchos de estos beaterios, como el de Brujas, el de Lovaina o el de Turnhout, han sido reconocidos como Patrimonio Mundial por la UNESCO. Pasear por ellos es adentrarse en un mundo de silencio y recogimiento. Arquitectónicamente, destacan por su sobriedad y funcionalidad, pero transmiten una profunda serenidad.
Otras curiosidades arquitectónicas
Desde que llegué, he ido recopilando detalles que quizás no salen en las guías, pero que considero que revelan mucho de la vida cotidiana en Flandes:
Los escalones de entrada: muchas casas tienen una pequeña escalinata antes de la puerta. ¿La razón? Tradicionalmente, elevaban la vivienda para evitar inundaciones y para dar un poco más de privacidad respecto a la calle.
La omnipresencia del ladrillo: incluso en casas modernas, el ladrillo sigue siendo el material dominante. Es duradero, resistente al clima húmedo y está profundamente vinculado a la tradición constructiva local.
Las ventanas sin cortinas: algo que me sorprendió mucho al llegar fue ver tantas casas sin cortinas en las ventanas. Según me explicaron, es una forma de mostrar que no hay nada que esconder: una costumbre que se asocia a la cultura protestante de la transparencia, aunque Flandes ya no sea predominantemente protestante.
Una arquitectura vivida
Así, la arquitectura flamenca no es exagerada ni lujosa. Es funcional y ligada al entorno. Pero es justamente esa simplicidad la que transmite autenticidad. Aquí los edificios reflejan una manera de estar en el mundo que valora la comunidad, el trabajo bien hecho y la continuidad.
Como estudiante Erasmus, esta arquitectura me ha ayudado a entender mejor a las personas que viven aquí. Porque al final, los muros también hablan —y en Flandes, dicen mucho.

¡Hola a todos! Me llamo Omayma Arkoubi y tengo 21 años. Apasionada del arte y estudiante de Derecho cursando mi último año, he cambiado momentáneamente Barcelona por Flandes para explorar todo lo que tiene para ofrecer. En concreto, estoy realizando mi erasmus en la ciudad de Amberes. Como corresponsal de arte, quiero llevaros conmigo a descubrir museos, rincones con historia y todo el patrimonio que esta región esconde. Me ilusiona compartir cada hallazgo con vosotros. ¡Acompañadme en esta aventura!